Para qué quiero los ojos,
si la pasión de tu imagen
se escurre en el tiempo
y no te puedo ver.
Para qué quiero las manos,
que padeciendo de frío extrañan
tu cuerpo que se pierde en mis sueños
y no te puedo tocar.
Meditando en tu lejanía
me hundo en la profundidad
callada, indócil fiera de
mi maltratada soledad.
Esperanza que en la eternidad vaga.
Espuma que se pierde en el mar.
Canto lujurioso encantador,
de lejanas sirenas buscando amar.
La simiente que nace del amor,
labra en cada amanecer
el arrullo de mi silencioso,
insoportable, sueño de cantar.