de los lobos cansinos y viejos
que noctívagos, vienen de lejos
a turbar los silencios monásticos.
Con sus cuerpos enjutos y plásticos
van formando ferales cortejos;
y sus ojos, de fríos reflejos,
apuñalan la sombra fantásticos. . .
Un lobezno jadeante resuella
olfateando la trágica huella
que dejaron los genios del mal. . .
Y agorando a los lobos, que huyen,
en la rústica Ermita diluyen
las campanas su voz de cristal.
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