críos duermen su tormenta,
la lengua de una herida abierta a las avenidas de tu ropa.
¿Recuerdas cómo las palmeras
dormían a la orilla del cielo
o cómo las barcas secuestraban en su boca la libertad del verano?
Esa fue nuestra niñez, una isla con gaviotas en las manos,
un pecho con seis lanzas sujetas al eco de una lágrima.
Quizás también recuerdes a
aquellos labios vestidos por el polvo,
a esos que esperan sentados en su vida la última duda de la muerte.
¿O ese soy yo? Más viejo y solo,
mirando en el fondo de los charcos
cómo mi nombre desconoce las
heridas escritas por los años.
¿O esa eras tú? El silencio de un
verso escrito por el tiempo,
un interrogante en el ala de un
pájaro que apuñala su libertad.
Yo te invito al recuerdo, al lugar donde el desconcierto
es la foto de un niño triste atado a la soledad de un capote,
al beso que lento roza todas
las esquinas de la memoria.
Te invito al recuerdo del todo y del nada, al bloque de hielo
que un día fue agua, más tarde
llanto y hoy olvido,
te invito a pasear por las sombras eternas de los diarios.
No olvides al hombre desnudo que habita en la estrofa de la lluvia,
no olvides el traje donde los
besos son la sonrisa de un
patio de colegio
pero recuerda que ni la muerte
querrá a la vida como yo te quiero.
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