una cacha bien cuidada,
bien pulida, bien lustrada,
que no cualquiera abría.
Y de la cacha bendita
eran firmes centinelas
por lo general la abuela,
mas era también mamita.
De vista, no la perdían
y a diario le daban uso;
si hurgarla quería un intruso,
de un ¡quienvive! lo corrían.
Resultaba casi en vano,
un esfuerzo sin sentido
querer, hecho el distraído,
meterle a la cacha, mano.
Y en la cacha, ¿qué guardaba
la abuela o mamita?...
Un rimero de cositas
que nadie necesitaba.
Por ejemplo un chaleco
o un calzón lleno de blondas,
un peine para hacer ondas
y hasta de trapo, un muñeco.
Nunca faltaba el retrato
de algún gordo veterano
que vivía alegre y sano
y murió del mal del gato.
Presencia muy llamativa
en la cacha de la abuela,
era una vieja escarcela
y un tubo de lavativas.
Media cacha está llena
de largos escapularios,
de estampitas y rosarios,
libros de rezo y novenas.
De plata había cucharas
y de plata, cucharillas,
sin uso una bacinilla
y un montón de cosas raras.
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