martes, 3 de marzo de 2015

Guerra civil

Antonio Terán Cavero (cochabambino nació en 1932)
En agosto fue el sol.

Nada más que la voz

reclamando un lugar para su lumbre.

Amaneciendo un puño, un agujero

de charango en desgracia.

Primero fue la espina

levantada en el ojo de los cerros.

Nada más que los nervios

cercenando la noche, casi eterna.

Después,

tanto herir con la muerte acorralada,

tan el odio y el hambre

que sembraban los pocos asesinos,

que el cadáver del hombre

veló su infancia en los fusiles.

Era preciso el fuego por las calles.

Y en agosto fue el grito de la sangre.

Qué poco duraría su tránsito de estrella,

su recorrido limpio

por el costado herido de la patria,

por su valle sonoro y su guitarra

en llanto todavía. . .

. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

Y cayeron las bombas.

Un cementerio para el árbol,

para el retoño azul,

para el pobre reclamando su pan.

La única moneda

que se pagaba entonces el patriota,

cayó la muerte en ángel desplegado

y rodeó los silencios

trocando en rosa abierta

la infantil estructura de los niños.

Alguna mano antigua exprimía la noche

con su hueso podrido.

Y más allá del humo, una canción

designando las sombras:

Sólo la tierra ha muerto, sólo el viento

llorándose a sí propio en las esquinas.

Gime el aire sus túnicas,

su lenta mariposa asesinada.

Sólo la tierra sabe que han abierto

un nuevo surco amargo en sus entrañas.

Los asesinos tienen

ahora su festín

cruzando el óxido

sollozo de mi pueblo.

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