Afuera…el frío quieto.
Nubes blancas y distantes
de esplendores rutilantes.
El sol pálido pinta de amarillo
del templo la altiva fachada.
La mañana tirita despreocupada.
Adentro…el silencio mustio;
grato olor a copajira,
a fresas flores, cirios e incienso
el amplio ambiente respira
aromado todas las salas.
Una mujer entra sigilosa
por la pequeña puerta;
no quiere por nadie ser vista.
De rodillas postrada ante la
milagrosa reverente inclina la
cabeza y se persigna.
Hablando muy quedo
con voz que se apaga
el corazón vacía sus pesares;
por los angustiosos ojos
amargas lágrimas brotan incontenibles
encendiendo luz en su plegaria.
Presumo al mirarla
que su interior descarga
los errores, los pecados y el dolor.
Luego…los agudos sollozos
callan esperado el perdón.
Se levanta liviana
la devota agradecida
y con manos temblorosas
se pone la señal de la cruz
en su despedida.
Sale serena…liberada
del hondo pesar.
Y tú, Virgencita del Socavón
que escuchaste el secreto de
confesión
de aquella mujer que cayó
de rodillas ante ti,
las de tu bendición.
No hay comentarios:
Publicar un comentario