(fragmentos)
Aquí estamos
como salidos de un pozo de tinieblas,
trabajando en la piel,
en el cuero rugoso de los tiempos,
en el cuero rugoso de los sueños,
trabajando en los hombres,
andando y manejando las viejas cicatrices,
descascarando las costras de la historia,
hiriéndonos las vísceras, hablándonos,
puliendo relatos antiquísimos,
puliendo tácticas y planes,
jadeando con asmas heredadas,
patinándonos el alma con muertes venideras,
con muertes que tienen una faz soleada,
que tienen un sol
de despavoridos dardos en los ojos,
con muertes fidedignas.
Aquí estamos,
Ñancahuazú de estacas,
de musgos y de algas,
de líquenes y libélulas,
de cañadones profundos,
de aguas insurrectas,
de estremecidos gritos
que se descuelgan de los ramajes
como nocturnas aves agoreras,
Ñancahuazú de mañanas, de tardes,
de sed, de humedad, de músculos envarados,
de pájaros heridos en el canto y las plumas,
Ñancahuazú en el norte
Ñancahuazú en el poniente,
Ñancahuazú cubriendo nuestra piel,
Ñancahuazú encorchando nuestra voz,
cubriéndonos los huesos con moho vegetal,
Ñancahuazú encubriendo los planes,
las cartas geográficas, las brújulas,
encubriendo estrategias,
los modos de caminar, los modos de mirar,
los modos de sorprender
el vuelo de las moscas
con manotazo airado.
Ñancahuazú como un verde caldero
de empecinados borbollones
disfrazando nuestra presencia en esta tierra.
Aquí estamos
fabricando de a poco nuestra faz guerrillera,
estamos en la manigua,
con manotazos y adjetivos,
con enormes yaguazas sobre el cuello,
con mosquitos, marigüis, garrapatas,
hundidos hasta el cuello en la humedad,
hundidos en un sopor de torpes filamentos,
cercados por los ramajes
y las lianas constrictoras,
cercados por un ruido de siglos
que filtran los follajes,
descubriéndonos todos
en el tono tonal de nuestra risa,
reconociéndonos todos en la mirada
y en la rabia profunda de la América
que llevamos a cuestas,
reconociéndonos todos
en las frustraciones y caídas,
reconociendo nuestra sangre
en la sangre irredenta del pueblo,
en la herida purulenta de la historia,
reconociéndonos
en el reflejo azul de nuestras armas.
Aquí estamos
cercados por un silencio a gritos misteriosos
que se descuelgan de los árboles
y reptan por los senderos y las picadas
como letales pukararas.
Estamos cercados por el silencio
que se traen en el alma
los compañeros bolivianos,
los pequeños, tan endebles,
tan marcados por latigazos seculares
tan silenciosamente duros,
tan cargados de tiempo,
tan de tiempo vestidos
tan de ancestro resecos,
tan de piedra la piel,
tan de arena los ojos,
tan de soles la sangre,
tan de viento el silbido,
tan imperfectamente guerrilleros,
plantando nuestros pies en esta tierra,
plantando nuestros huesos,
plantando nuestros sueños,
plantando nuestra voz,
plantando la semilla total de la victoria.
Andamos alumbrando las trochas de la selva
con el curcusí ardiente de la sangre,
andamos con la piel reseca,
con los cabellos, con los ojos,
con los tendones tensos,
andamos con los fusiles ,
andamos con el resuello dolorido,
andamos con la ternura en hombros,
andamos con las llagas del niño paramero,
con el asombro sin respuesta
del niño del Río de la Plata,
andamos con el niño agredido
en los cantegriles,
andamos con el niño marchito
de la favelas de Río de Janeiro,
andamos con los niños envejecidos
de la América india
que bordaron sus sueños
a la orilla del tiempo
con las viejas leyendas
de Kalasasaya y Pumapunku,
caídos hoy
en el silencio del dolor y el hambre.
Andamos con odio fidedigno,
llevando un odio vietnamita en las sandalias,
un odio aromado con perfume de pólvora,
recogido en los pedregales de Argelia,
en los arrozales de Vietnam y de Camboya,
en los arrabales
de las grandes ciudades irredentas.
Andamos llevando
en la comisura de los labios
un odio que lacera las carnes
del general eructante
y de su pequeño alcahuete que lo sirve
y que lo adula,
que le escribe discursos, que le tira del saco,
que le habla en la oreja
y le escoge la amante.
Aquí estamos
los tres, los cuatro, los cinco,
los seis, los siete,
todo el pueblo
con Pachungo, con Tuma,
con Arturo, con Braulio,
con Rolando, con el Negro,
con Bigotes, con Pombo,
estamos con el Inti, con el Coco,
con Marcos, con Ricardo,
escrutando en el día,
escrutando en la noche,
escrutando en el alma de la gente que llega,
bajando por el río de bramadoras aguas,
Ñancahuazú esculpiendo roquedales al norte,
Ñancahuazú trizando roquedales al sur,
Ñancahuazú llegando,
Ñancahuazú saliendo por un túnel
de ramas cubierto de silencio.
Aquí estamos
royendo el perfil de noviembre,
del calcañar al omoplato
hundidos
en la ardorosa matriz de Pachamama.
Nos rodea la América,
los broncos brazos
de los hombres de América,
de los desposeídos,
de los infamados,
de los hombres del pan duro,
de los hombres de la lombriz y la silicosis,
de los hombres de la soledad y el desamparo,
de los hombres de los pulmones
acosados por el odio,
de los carburos, la copajira y la dinamita.
¿Qué será de la victoria levantada
en pos de la palabra,
en pos de la sangre,
en pos de un destino estelar,
en pos aún del átomo perfecto
que de los sueños sube
incendiando la historia?
¿Qué nos dirán los hombres
de los escritorios,
de los paraninfos,
los que manejan las cartillas y las leyes
los que se lavan la cara todas las mañanas,
los que piensan amor y se tapan los ojos
sin mirar las heridas?
¿Qué nos dirán los cuerdos,
esos señores serios
que administran estatutos y folletos?
¿Qué nos dirán
apenas nos sorprendan con la voz
enronquecida de peligros?
Todavía la duda no ha vestido sus galas,
no han nacido crespones,
el aire no se ha roto con sacros misereres,
ni ha exaltado retinas
un desconocido incendio.
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