No he podido quemarlas. . . Me hablaban todavía
Sus páginas marchitas, de tu muerta pasión,
El sueño de una noche, las lágrimas de un día,
Y el eco moribundo de la última canción.
¡Tus cartas! En el tiempo que nunca volvería
Hicieron, todas ellas, temblar mi corazón. . .
Después vino el silencio, la ausencia, la agonía,
Y el tiempo trajo el bálsamo de la consolación.
Dormía en ellas nuestro romance ya olvidado,
La luz de los veinte años, el fuego del pasado,
La gloria de la vida, la juventud en flor.
Anoche las contaba con mano indiferente;
Sobre una de ellas, la última, cayó mi llanto ardiente. . .
Y no pude quemarlas, las cartas de tu amor.
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