Y a todos trataba de parientes,
Pelando, de paso, sus chíos dientes
Y no se marchaba hasta el otro día.
No lo era tanto, aún siendo viejo,
Y si por su edad alguno inquiría,
Sin vacilar ni un instante respondía:
Acabo de cumplir pues los “ticinco”.
¿Ticinco?, le preguntó una pelada,
con su voz que parecía de mascarita,
a tiempo de insistir entre risitas,
que luego se hicieron carcajadas.
¿Ticinco?, insistió la tal muchacha,
Qué quiere decir esa palabra?
¡Vamos de una vez, su boca abra,
que cerrada como está parece cacha.
Ese ticinco es tal vez la palabreja
Que se utiliza para incluir a un abuelo
Que ya perdió las muelas y el pelo
Y que figura entre tantas cosas viejas,
Como ser calcetines, calzoncillos,
Camisolas al igual que camisetas
Que revelan no hay fuerza en la bragueta y que huelen a panza y a librillo.
¿Ticinco?, esta es la purísima verdad,
explicó sin vacilar el curioso personaje,
se lo voy a revelar de un solo viaje,
pues concierne llanamente a la edad.
Con el ticinco, sépalo antes que todo,
Con el tema de la edad siempre vidrioso.
Se sale de trances difíciles y costosos,
Mejor que rescurriendo al turbio yodo.
Y es que el ticinco, hoy nuestra cuestión,
Encaja perfecto en esta corta historia,
Basta con exprimir una pizca la memoria
Y se tendrá al alcance clara revelación.
Hizo el sujeto un gesto vago
Y cinco veces seguidas carraspeó,
Tras lo cual con voz tonante exigió:
¡Sírvanme antes que todo, un trago. (Sigue).
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