Un temblor de soldaditos de plomo en
el fragor de la batalla recorre
humeante
la predispuesta
calle de los combates.
El valiente capitán de las tropas de asalto
se pierde en un bosque remoto
donde el follaje infinito
ha diezmado al batallón de jóvenes airados
que lo seguían sin reparos ni preguntas
embriagados por el grito de sus propias gargantas.
Bayonetas caladas emergen por entre la niebla
(la boca de dientes filosos
exhalando el vaho de los cañones
ha enmudecido al paso del tiempo
y el miasma de una paz engañosa).
Bajo este gabán de mirada escéptica
gruesa piel contra el invierno de los años
condecorado pecho de comandante en retiro
renace el calor de los prados
y sobre la grama –mal disimulada de adoquines–
parece mentira el fuego
el ímpetu de la infantería o el refuerzo de la caballería rusticana
en las gastadas colinas de la vida.
Tan otra fue la mesa de la estrategia desplegada en los mapas
donde solos
fuimos el Estado Mayor en pleno
y cada tarde sin falta
ganamos todas las batallas que se nos pusieron delante.
Benjamín Chávez
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