de café y la literatura me sobrevinieron, aun niño, como imperecedero hecho simultaneo.
Mi abuelo, Juan Capriles, profundo pensador, esclarecido
poeta y mejor sonetista iberoamericano, me instilaba
su sabiduría adaptando a mi mente la complejidad y
los mensajes siempre edificantes de laureados autores.
Así me hizo digerir suavemente al Stephan Zweig y las 24 horas
de la vida de una mujer; significativo estudio biográfico que enseña
la fecundidad literaria y la capacidad de síntesis.
A Charles Dickens y su Oliverio, calando y apropiándose
de mi imaginación en sus infortunios y el ejercicio de la vida
gansteril que por imposición tuvo a seguir, susurrándome el abuelo
lo cardinal que es el hogar y yo que vivía, de vez en
cuando, aterrado, al consumar mis travesuras por la amenaza
de meterme al horno, en siniestra broma que mi culpa
no comprendía y analogía hice con Oliverio cuando días
había de nulo botín.
El Werther de Goethe, clásico inequívoco de las decepciones
de adolescente en el amor y la morbosa persistencia en las
vivencias platónicas, adapto y leyó con embargante ternura,
sacudiendo mis incipientes sentimientos, orientándome a asumir
siempre la expresión y comunicación del amor a la mujer,
sin dilaciones no importando los tartamudeos ni las mejillas
color bermellón, concluyendo que la vida, por una decepción
no se atenta ni interrumpe.
La inutilidad de las guerras y los enfrentamientos sangrientos
por ideologías contrapuestas me esbozo con impresionante
realismo, en los Episodios Nacionales de Pérez - Galdós.
La admirable personalidad y vertiente literaria de una gran mujer
como María Josefa Mujia, disminuida al máximo en un vital sentido,
con estoicismo siguió su vocación creando bellas y desgarradoras
obras en las letras, en coordinación perfecta de su mente y escritura.
Preocupose mi preceptivo abuelo de dejar semillas en mi mente
que infieran en lo vital de persistir a los llamados internos que decanten
en la vocación.
La detonación y el gran silencio de su principal soneto significa
me dijo, mirándome con ojos de emoción enjugada, la transición en
dejar de vivir para seguir viviendo.
Dr. Raúl Pino-Ichazo T.
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