-a tal conclusión llegué-
y sobre la marcha pensé
que mi lugar era el velorio.
Y quedé tan convencido
De que tal era mi suerte
Que doquier buscaba muertes
Hasta de desconocidos.
Irrumpía a firme paso
Doquiera había un finado
Con los botines parados,
Y yo a besos y abrazos
Era de nunca acabar...
A dolientes fea o guapa
Les mojaba las solapas
De tanta lágrima enjugar,
En apariencia era plena
Mi amargura por los muertos
Incluso de extraños huertos
O de ardientes arenas.
Firme, firme como un hierro,
Al que se iba de este mundo,
Yo era primero o segundo
En llegar para el entierro.
Y como persona muy ducha
No abandonaba al difunto
Hasta ese preciso punto
En que volaban los suchas,
Me habían echado los ojos,
Del barrio, unos vecinos,
Que cruzaron mis caminos
Con sus perversos antojos,
“Buena plata es la que cobra
este grande sinvergüenza
que ni en chiste al menos piensa
que nada a nosotros sobra…”
Tuve que rascar mis piojos
Al notar que los vecinos,
Incluso los no cochinos,
Me daban palo a su antojo.
(Sigue)
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