¡Oh, lengua de los cantares!
¡Oh, lengua del Romancero!
Te hablo Teresa, la mística;
te habló el hombre que yo quiero.
En ti he arrullado a mi hijo,
e hice mis cartas de novia;
y en ti canta el pueblo mío,
el amor, la fe, el hastío,
el desengaño que agobia.
¡Lengua en que reza mi madre,
y en la que dije: “¡Te quiero!”,
una noche americana,
millonaria de luceros. . . !
¡La más rica, la más bella,
la altanera, la bizarra,
la que acompañó mejor
las quejas de la guitarra!
¡Lengua del manco glorioso,
y de Mariano de Larra!
¡Lengua castellana mía!
¡Lengua de miel, en el canto;
de viento recio, en la ofensa;
de brisa suave, en el llanto. . .!
¡La de los gritos de guerra,
más osados y más grandes;
la que es cantar en España,
y vidalita en los Andes!
¡Lengua de toda mi raza!
¡Habla de plata y cristal,
ardiente como una llama,
viva cual un manantial. . .!
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