Bellamente ataviada, con los velos azules teje la alborada
en que prende la lluvia su manto de diamantes,
van dejando en los prados sus huellas primorosas
y sus pies engalana con sandalias de rosas.
Afuera la mañana –zafir, ópalo y grana-
se embriaga con los besos miríficos de abril
y es un bello milagro de oro y rosa el jardín.
Un soplo de la brisa que estremece la fronda
trae ideas de caricias con su efluvio de aromas
y el oído percibe en su música honda
rumor de agua que corre y canta el Guadalquivir.
Tarija yo te amo, y te imagino sabia
y te imagino artista,
volcando tu paleta de iris en la esmeralda
de los sotos radiantes de oro, púrpura y gualda;
tiñendo placentera sobre el cristal del río
con todos los matices del verde la pradera. . .
Yo te admiro Tarija, porque en tu alma llevas
ideales que alumbran con fulgor de lucero
grandes aspiraciones y cánticos nuevos
ante un altar de espléndidas auroras.
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