nubladamente mi ciudad:
los techos empapados de sol,
la pradera de nomeolvides
del río,
el bosque rojo de las chimeneas,
las flechas inmóviles
de los pararrayos.
Cubos grises
tatuadas de negras ventanas.
Pegados a la tierra
árboles inofensivos
lloran su humildad esclava
en los patios pequeños.
Finos arroyos de miel,
de miel cálida
como el sol de los tejados,
suben y bajan
en marcha circular
por la isla
pálida de mi cuerpo.
El alma, espiral gris perla,
sube a tocar el cielo,
lo abarca de extremo a extremo,
y expandiéndose
hasta aplicarse a su bóveda
ampara y besa
la ciudad querida.
ALFONSINA STORNI.
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