de la escuelita fiscal,
más se daba un aire tal,
-con su paso sillonero-,
De algún maestro augusto,
que si en su recorrido
daba con desprevenidos,
le provocaba gran susto.
De todo tenía un poco
el tan singular portero,
si hasta era relojero
aparte de zonzo y loco.
Ponía el mayor afán,
el portero de la escuela,
en acosar muchachuelas
presumiendo de galán.
“¡A mí no hay profesora,
-proclamaba engreído-,
que no me diga al oído
venite con quien te adora!...
Si hasta afirmó sobrador,
sin teñirse de rubores,
que lo requirió de amores
un severo director;
Para añadir muy campante
que igual todo lo excita,
desde la humilde hormiguita
hasta el trompudo elefante.
cobró fama de embustero,
de charlatán consumado,
pero seguía entorchado
el engreído portero.
Hasta que el presunto guapo,
-vale decir, el portero-,
fue visto tras un ropero
con su muñeca de trapo.
La miraba y sonreía,
con gran goce la sobaba
y hasta bizco se quedaba
en tanto la desvestía
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