lunes, 4 de marzo de 2013

La cantina

Era tan solo una sala
Siempre en penumbra envuelta
a las que acudían resueltas
las almas toditas malas.

Descarados y alto
El tumbado ennegrecido,
Parecía haber sido
Tomado por un asalto

De moscas y de arañas;
Guarida sus mil rendijas
De fugaces lagartijas
Y otras tantas alimañas

La cantina estaba abierta
Para todos los tunantes
Que atravesaban triunfantes
La desvencijada puerta

De enmohecidos hierros,
Para pedir como trueno
Que les sirvan del más bueno
De todos los ‘culeperros’

Era un brebaje ambarino,
Y tal efecto causaba
Que todo el que lo tomaba
Quedaba hablando en chino.

Entraban pero de suena
Y con los dos ojos turbios.
Fieros mozos del suburbio,
Almas, - los pobres-, en pena,

Y un trago grande pedían,
se lo bebían sedientos,
y como después de un velento,
redondamente caían.

Aparecía una guitarra
Y algún cantor olvidado
De los más desorejados,
¡y allí se armaba la farra!

“¡Culoperro’ otra botella!”,
Pedía el más entorchado
que con el paso cambiado
salía a contar estrellas.

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