vivía el pintor,
inquieto como un picaflor
y paliducho.
Por un real,
la carátula del cuaderno,
que era un paisaje de invierno
o uno primaveral,
Nos pintaba;
siempre ceremonioso
en su arte hallaba gozo
y se notaba.
La paciencia
nunca jamás perdió
y eso que motivo no faltó,
¡si lo sabré a conciencia!
“¡Pínteme un mono
o una gallina clueca
o una cholita bailando cueca!”,
le pedían en todo tono.
¿A su abuela,
-le preguntaron una vez
con fingida candidez-,
nunca la pintó a la acuarela?”
En un lienzo
pintó a una dama,
su obra para lograr la fama,
según decía tenso.
De un pote
salió la pintura
con que a la dama de la gloria futura
le pintaron los bigotes.
Y de dos pinceladas locas,
a esa dama de su inspiración,
le pintaron de sopetón
un pucho en la boca.
Tampoco perdió
la paciencia,
pero sé, y a conciencia,
que esa vez lloró.
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