vivía don Ramiro
que siempre llevaba de tiro
su vieja concertina
Alardeaba de abolengos
aunque sus títulos de nobleza
y sus presuntas grandezas
andaban siempre rengos
Era sí, de buen porte,
la tez y los ojos claros,
y no era nada raro
verlo hacer la corte
Muy ceremonioso;
lo heredé de mi abuelo,
-decía-, que era un pilluelo
y un fijodalgo mozo.
Parecía una covacha
el cuartucho de don Ramiro,
al que había que entrar a tiros
para ahuyentar cucarachas.
Solamente él,
a la vuelta de la esquina,
podía tocar su concertina
llena de parches de papel.
“¡Si lo pesco,
-nos decía temblándole el bigote-,
le apretó el cogote
al que me grita viejo fresco!...”
Y volvía a su concertina
don Ramiro,
reventando en suspiros
que daban vuelta a la esquina.
A una vecina,
enmantonada y beata,
le llevó sentida serenata
con su concertina.
Volvió desconsolado,
de tiro la concertina,
porque la cruel vecina
le echó encima sus meados.
Gustavo Adolfo Vaca
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