Que ni perfume ni fulgor exalta;
Se la despierta de su encantamiento
Con decir sólo: es una rosa blanca. . .
Una armonía fluye de sus pétalos
Más suave que el poder de mis palabras;
Tal como un cuadro de Chardin parece
Que ordena el mundo y al sentido habla.
Yo he aprendido a mirarla con mi espíritu
Y a respirar su aliento con el alma;
De vida eterna, de quietud secreta
La rosa blanca ya impregnó mi cámara. . .
Fuera vano encerrar en un poema
Toda su gracia y su belleza intactas.
Si viene un dios a requerirme un sueño
Yo le diré: toma esta rosa blanca. . .
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