A veces una palabra,
dicha en el momento oportuno,
vale más que muchas palabras.
Resguardado en su catacumba,
el silencio al romperla suele ser
más ruidoso que mil palabras.
El bullicio y su febril entorno,
con raptos de intermitencia,
afecta menos que el silencio.
El eco trasmite la voz
del que acaba de partir,
aunque el ser no vuelva.
El exilio acaba con el retorno
y la ciudad sigue igual que antes,
pero sus inquietos moradores
viviendo otras vidas desteñidas
se exilian de sus antiguas vidas.
Si comprensión no existe,
¡quién desea vivir incomprendido?
¡No existamos el uno para el otro!
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