las sendas de granilla
y el aroma traslúcido, matinal, de la menta
me evocan el ambiente de tu infancia sencilla.
Al contemplar tu rostro magnífico, se advierte
que el Ángel de la Guarda te daba su pureza.
Tal vez en torno tuyo fuera dócil la Muerte
como un perfume casto de la naturaleza.
Se detuvo en un libro de estampas tu niñez:
cigüeñas pensativas o estilizados juncos.
Todavía me asombra tu precoz palidez
nutrida por la savia de los ensueños truncos.
Francisco López Merino
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