en su predio campesino,
a la vera de un camino,
sus plantas de chirimoyas.
Eran dos las tales plantas,
la una aquí, la otra en frente
y siempre tenía a su gente,
entrenadas sus gargantas
Para dar gritos tremendos
por si acaso un pillastrín
pretendía hacer festín
y salir luego corriendo.
En suma que las dos plantas,
en tiempos de producción
eran grande tentación
para gente nada santa.
La dulce fruta en sazón
al paso del caminante,
las hambres de hoy y de antes
hacían perder la razón.
Un cerco de palos y espinas
cuidaba frutas y plantas,
pues había gente… y tanta,
igual de pilla y dañina.
General era el antojo
de que tales chirimoyas
para el dueño eran joyas
y no les quitaba el ojo.
Plantas y frutas cuidadas
por los ojos de su dueño
que no se rendían al sueño,
contaban con su alambrada.
Impenetrable el encierro
que las frutas protegía
pues además se oía
ladrar de cerca a un perro.
Bien cuidadas pues las frutas,
es decir las chirimoyas
que para el dueño eran joyas
y de verdad… absolutas. (Sigue).
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