con su rol de lavandero,
en que decía ser primero
refregando calcetines,
Nuestro varón alentaba,
por ejemplo hay que anotar
que le encantaba jugar
don los niños que topaba.
En la memoria destaca
que sí, jugaba al vaquero,
pero no de pistolero
aunque tampoco de vaca.
De la semana, a fines,
lucía su mejor juguete:
volantín o barrilete
de ángeles y serafines.
-Mi volantín sube y sube-,
alardeaba el lavandero,
y si me propongo y quiero
saluda a Dios tras las nubes.
Fue el destino, así lo hallo,
el que movió al lavandero,
a meter su pie entero,
incluso niguas y callos,
En su trance más costoso,
del que nunca más salió
pues según se comentó.
¡Muy hondo estaba el pozo!...
Mas, por suerte, no murió,
pero de su cara ancha
solo quedó una plancha
Y la risa se acabó.
Los ángeles y serafines
sus músicas siguen tocando,
pero están extrañando
los mil y un volantines.
De papel barato y de seda,
y en la brisa echado al vuelo,
para muchos es consuelo
de la niñez que aún queda. (Fin)
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