martes, 18 de octubre de 2011

De apodos y otras yerbas

El pueblo cruceño todo,
Desde el pobre al cogotudo,
De estirpe era macanudo
Para imponer sus apodos.

Cachaba a sus semejantes
Con sus ojos avizores
Y así fuesen muy señores,
Relamidos y elegantes

O simplemente de tropa,
Ya le soltaba un apodo
Que no curaba ni el yodo
Ni cambiándose de ropa.
Que te cuadre o no te cuadre,
-así se decía de fijo-
llegaba hasta a los hijos
tras los abuelos y padres.

No era ningún desatino,
Créalo y no se asombre,
No conocer por su nombre
Ni siquiera a los vecinos,

Mas era seguro que todos,
Aún sin pelos ni señales,
Quiénes eran tal y cuáles
Buscados por sus apodos.
Quedaba firme el antojo,
Hasta en el propio agraviado,
Que el apodo había calado
Como pedrada en el ojo.

Si se tenía buena suerte
Y en lo de apodos la había,
El apodo subsistía
Hasta después de la muerte.

Los nietos, tataranietos,
Heredaban los apodos
Cuando ya el hediondo lodo
Se tragó el clan completo.

Vamos a repasar
Lista grande de apodos,
Si no gusta, está el yodo
Para el ánimo amansar. (Sigue)

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