Tiempo era del matón
que lo había y muy fino,
desde el hecho de merino
que costaba un socollón.
Y ni usado al revés
pasaba el ordinario,
el que se usaba a diario
y se volcía cacaré.
-Es seguro que comulga-
se decía de la matrona
que a la iglesia, en persona,
con sus medias caza-pulgas
llegaba acolorada,
daba tres o cuatro trancos
hasta dar con algún banco
y quedar despatarrada.
Escuché a un mentecato
que dijo algo gracioso
remarcado por el mozo
con cara de beato.
Hubo un barullo de chicas
que encima del mentecato
se le fueron sin recato,
y eran todas muy ricas.
Entonces el mentecato,
tras nerviosa tosecita,
soltó esta frasecita
con su cara de beato:
-Dejad que estas niñitas,
tan bellas cual nunca vi,
vengan toditas a mí-,
y otra vez la tosecita.
Las palabras no ofendieron
ni a jóvenes ni a viejos,
más bien del fino gracejo
casi toditos rieron.
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