unas con otras unidas
y en que pasaban la vida
montoneras de personas.
En el medio separadas
por un cuguchi un cerco
que ni siquiera los puercos
cruzaban a la apurada.
Del uno y del otro lado
del cerco aquel, espinoso,
los vecinos melindrosos,
con voz a grito pelado,
se saludaban a diario
y hablaban de los sucesos
de grande y mediano peso
y asuntos estrafalarios.
“¿Sabías che que el fulano,
a su cuñada Rupera,
sin darle la voz alerta
pasaba a meterle mano
con semejante entusiasmo
que quedaba la cuitada
de verdad despatarrada
y a él, ni le daba el pasmo?”.
De política se hablaba,
del mismo cerco a través,
y al derecho y al revés,
sin piedad se condenaba
a algún viejo diputado
que careciendo de lumbre,
había hecho una costumbre
de caer siempre parado.
En nuestras viejas casonas
con sus lunas bien prendidas
se veía pasar la vida
desde una antigua poltrona.
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