la más cercana a Los Pozos
a donde un perro rabioso
siempre a la luna ladra.
Pelo entrecano y de poeta,
a sus tantos conocidos
de mil caminos perdidos,
alcanzaba a su tarjeta
en que se leía de lejos:
“abogado y periodista
de diarios y de revistas,
consejero sin consejo.
Sacaba a la calle quieta
su silla desvencijada
y adoptaba la parada
convincente del poeta.
Suspiraba estremecido
poniendo en blanco los ojos
y conforme a sus antojos
dejaba escapara bufidos
al paso de alguna moza,
a la que decía al tiro,
siempre en medio de suspiros:
“¡Mi dulce reina, mi diosa!”
Para jurarle después,
tras una venia ensayada,
que con solo una mirada
rendido caería a sus pies.
Hasta el jopo endeudado,
empezó a andar a lances;
entonces tuvo un percance
de todos muy comentado:
Su deuda en la pulpería
llegaba ya a las nubes
y seguía sube y sube,
le dijo el pulpero un día:
“¡O me paga periodista,
o le apretó el cogote!...”
salió el poeta al trote,
se perdió hasta hoy de vista
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