La luna
está amasada
con leche y harina,
un poco de azúcar
y pizca de sal
y un huevo
sin romper.
Como no hay horno
tan grande
en que se pueda cocer,
la luna se queda cruda.
¡Eso no es verdad!
La luna
no es de leche
ni de harina
ni de azúcar
ni de sal
ni de huevo,
ni de nada.
La luna es de luna
y es luna la luna.
Baladita de la araña fea
La joven araña
díjole esta queja
a su madre un día:
Por qué soy tan fea,
dime, madrecita.
Hilando la rueca,
tú pareces de oro
sobre fina seda.
Mi padre es moreno,
más si te contempla,
lo cubre la gracia
que el nardo quisiera.
Yo, madre, tan flaca,
tan peluda y negra;
jamás un piropo
me dijo una abeja.
Cuando las guitarras
de los grillos suenan,
es la serenata
bajo de otra reja
La araña ese día,
sin mostrar tristeza,
preguntó al esposo
si la hija era fea.
¡Cómo dices eso!
¡Es como una perla
suave y transparente
la dulce pequeña!
Durmió aquella noche
la madre serena;
al día siguiente
se fue por las huertas
a recoger todas
las plateadas telas
que en vida afanosa
de araña tejiera.
Y cuando el ovillo,
más grande que ella,
era como el símbolo
de su vida austera,
hizo con los hilos
una bata fúlgida
con vuelos y encajes
fingiendo la espuma.
La joven araña
con su nueva túnica
era una movible
gotita de luna.
Y llegó el domingo.
A misa de fiesta
se fueron los padres
y la araña nuestra.
Todos los insectos,
al verla tan bella,
en musical ronda
se fueron siguiéndola.
Pero esta mañana...
¿por qué oculta pena?
flotaba en el agua
la arañita muerta.
Tal vez el estanque
que un cielo le ofrenda,
la tentó a entregarle
su fugaz belleza.
Flota el cuerpecito
de la araña fea
con vaga ternura
de apagada estrella.
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