Llené mis alforjas viejas
En una noche serena,
Un poquito con mis penas
Y otro tanto con mis quejas.
Me lancé por los caminos
De hondas y tibias huellas
Haciendo de las estrellas
Las guías de mis destinos.
Tan mal no me fue, es cierto,
Pues aunque anduve sin rumbos y a veces de tumbo en tumbo,
Sin llegar a ningún puerto,
Tropecé con buenas cosas,
Con unas manos tendidas
Que curaron mis heridas
Entre tiernas y piadosas.
Me aparecieron al cruce
Dos ojos grandes, profundos,
Que a mi suerte de errabundo
Engalanaron de luces.
Se me olvidaron mis penas,
Se disolvieron mis quejas,
Parecían cosas viejas,
Tan solo un grano en la arena.
Mas volví a hacer camino
En las alas de los vientos
Porque no era el momento
De dar cima a mis destinos.
Logré remontar colinas
Y descender al bajío
Sintiendo en los ojos míos
Las lágrimas peregrinas
Del cansado, del vencido,
Del que nunca va a encontrar
No obstante su eterno andar,
La paz de Dios, el olvido.
Mis pobres alforjas viejas
Continuaban aún llenas
De aquellas primeras penas,
De aquellas primeras quejas
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