¿De dónde venía el surazo
con sus agudos silbidos?
¿en qué caminos perdidos
se congelaban sus pasos?
Entraba en mi tapera
como con la idea fija
de meter por las rendijas
sus tonadas agoreras.
Traía en sus alas briznas
de infinitas lejanías
y no cualquiera sabía
porque se hacían llovizna.
Me bebí el último concho
de un aguardiente añejo
era el remedio más viejo,
mejor que un grueso poncho
Para vencer el surazo
que otra vez había llegado
a descargar desalmado
sus gélidos ramalazos.
¿Nadie contuvo los bultos
que el surazo se trajo
arrancándolos de abajo,
de entre muertos insepultos?
Porque yo vi a la carrera
más de un alma en pena
arrastrando sus cadenas,
y una horrible calavera.
Surazo de vuelo osado,
¿de dónde nomás vendría
con olor a serranía
y a paso largo y cansado?
Para no pelar el diente
yo me bebía el concho,
que era mejor que un poncho,
de mi añejo aguardiente.
Pero él me metía de suena,
sin remedio en mi tapera,
el diablo, la calavera
y tanta alma en pena.
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