para que nunca llegara,
por mucho de que se estirara,
al rango legal de enfermera?
¿Qué requisito urticante
aquella buena omitía
que nadie la conocía
siquiera de practicante?
De todas las direcciones
sus servicios requerían
y con prisas acudían
donde la Poneinyecciones.
En el barrio, la recuerdo,
muy pálida y menudita,
tan puntual en sus citas
no obstante su andar lerdo.
Mas si tener la etiqueta
formal de las enfermeras,
se daba miles maneras
para endosar sus recetas,
Afirmando de pasada
que el diplomado galeno
ni pizca era de bueno,
de curar no sabía nada.
En casita sin horcones,
que era también pulpería
en que de todo había,
vivía la Poneinyecciones.
“Este remedio es muy fuerte,
-era a veces su fallo-,
les juro que hasta a un caballo
puede causarle la muerte.”
Después, con gran inventiva
la medicina vetaba
y en su lugar recetaba
una buena lavativa.
Un día se hizo chinga
aquella Poneinyecciones…
¡ni huella de sus talones,
se perdió hasta su jeringa!
Gustavo Adolfo Baca
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